Erigida a la entrada del Bósforo y en el Cuerno de Oro de Estambul, la espectacular basílica de Santa Sofía vuelve a verse salpicada por la polémica tras la decisión de las autoridades turcas de utilizarla como mezquita durante el ramadán, el mes de ayuno musulmán que comenzó a principios de junio. Las oraciones dirigidas cada día por un clérigo distinto, y retransmitidas en directo por la TV pública, se realizan poco antes del alba, con objeto de que durante la jornada la basílica vuelva a acoger como museo a docenas de miles de turistas.

“Esta especie de obsesión por celebrar ceremonias musulmanas en un monumento que pertenece al patrimonio de la humanidad es incomprensible, y muestra falta de respeto y de contacto con la realidad”, dijo un comunicado del Gobierno griego, que con el izquierdista Tsipras se esfuerza por mantener una relación lo más cordial posible con Turquía. Entre otras razones, porque a Atenas le preocupa mucho más la suerte de los refugiados -que pretende devolver a la península de Anatolia- que la sensibilidad de su propia jerarquía religiosa.
El contencioso ha sido planteado ante la Unesco, el organismo de la ONU que vigila el patrimonio cultural mundial. El Departamento de Estado norteamericano ha planteado también una tímida queja ante su aliado turco, al pedirle que “preserve Santa Sofía de manera que se respeten sus tradiciones y la complejidad de su historia”.
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